El inusual torrente de textos que componen Caja continua de voces I lejos está de ser una magnética colección de misceláneas como puede parecer en una rápida y descuidada lectura. Antes bien se trata de un programa que intenta desmontar tanto los mecanismos de la creación como los de la crítica literaria. La geometría formada por los movimientos aéreos de un caballo de ajedrez, o un conjunto de fotografías titulado Superficies de contacto, son posibles cifras de su principio ordenador. Ensayos, diarios de viaje, reflexiones, epigramas, poesía visual, listas, notas, paradojas, compilaciones, críticas, cuentos, esbozos, traducciones, palíndromos, son los ladrillos con los que, a la manera de cierta enciclopedia china, se construye una suerte de epistemología de la restricción y de lo inusual. Un collar donde no hay dos perlas que sean iguales: la apuesta, claro, está centrada en el hilo que las une. Se tiene la impresión de que al autor, dueño de una mirada lúdica, penetrante, preocupada por la dimensión poética de las formas puras del lenguaje, no hay absolutamente nada que le sea ajeno.
Pese a que por momentos pareciera que Georges Perec y Douglas Hofstadter se hubiesen puesto de acuerdo para escribir a cuatro manos una suerte de Vuelta al día en ochenta mundos, Pablo Martín Ruiz lleva a cabo su máxima: “Creo que hay un método para escribir. Y creo que cada novela tiene su método y cada cuento el suyo. Y también cada línea, y cada palabra de cada línea”. El resultado es un libro absolutamente singular, estimulante, entretenidísimo, que nos hace abandonar con gratitud el lugar de nuestras ideas confortables.
Luis Sagasti
Caja continua de voces I, de Pablo Martín Ruiz
El inusual torrente de textos que componen Caja continua de voces I lejos está de ser una magnética colección de misceláneas como puede parecer en una rápida y descuidada lectura. Antes bien se trata de un programa que intenta desmontar tanto los mecanismos de la creación como los de la crítica literaria. La geometría formada por los movimientos aéreos de un caballo de ajedrez, o un conjunto de fotografías titulado Superficies de contacto, son posibles cifras de su principio ordenador. Ensayos, diarios de viaje, reflexiones, epigramas, poesía visual, listas, notas, paradojas, compilaciones, críticas, cuentos, esbozos, traducciones, palíndromos, son los ladrillos con los que, a la manera de cierta enciclopedia china, se construye una suerte de epistemología de la restricción y de lo inusual. Un collar donde no hay dos perlas que sean iguales: la apuesta, claro, está centrada en el hilo que las une. Se tiene la impresión de que al autor, dueño de una mirada lúdica, penetrante, preocupada por la dimensión poética de las formas puras del lenguaje, no hay absolutamente nada que le sea ajeno.
Pese a que por momentos pareciera que Georges Perec y Douglas Hofstadter se hubiesen puesto de acuerdo para escribir a cuatro manos una suerte de Vuelta al día en ochenta mundos, Pablo Martín Ruiz lleva a cabo su máxima: “Creo que hay un método para escribir. Y creo que cada novela tiene su método y cada cuento el suyo. Y también cada línea, y cada palabra de cada línea”. El resultado es un libro absolutamente singular, estimulante, entretenidísimo, que nos hace abandonar con gratitud el lugar de nuestras ideas confortables.
Luis Sagasti
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