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Una reconocida funeral home neoyorkina advierte a su clientela que la escritura de obituarios persigue un propósito esencial, desencadenar el lamento por no haber tenido la oportunidad de conocer a esa persona que lo protagoniza. Los relatos de Campo Santo absorben esa condición y van un paso más allá, desmenuzan el género y lo invierten; la voz que les insufla María Martoccia se hace oído para dar paso a las
hablas que invocan o conjuran la accidental fortuna de los muertos, voces que los relatan para que se queden un poco más de este lad
o se vayan de una buena vez... Carlos Ríos

Hay momentos (pero esos momentos son muchos) en los que María Martoccia parece estar buscando el núcleo primigenio,
suponiendo que lo hubiera, del arte de narrar. “...”

Ocurre en las novelas y los cuentos de María Martoccia, y tanto más en Campo Santo, que está compuesto por relatos breves.
Martoccia da con esa clave: la que inscribe la narración, no en lo vivido, sino en lo atisbado; no en lo que se sabe, sino en lo que se conjetura; no en lo que se atestigua, sino lo que se entrevé. De manera que, al narrar, no se cuenta con otra certeza que la
que el acto mismo de narrar procura.

Claro que esa certeza es feliz y es suficiente, tanto para la escritura de María Martoccia como para cada uno de sus lectores posibles.
Martín Kohan

campo santo, por maría martoccia.

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Martoccia da con esa clave: la que inscribe la narración, no en lo vivido, sino en lo atisbado; no en lo que se sabe, sino en lo que se conjetura; no en lo que se atestigua, sino lo que se entrevé. De manera que, al narrar, no se cuenta con otra certeza que la
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