Chintungo es una palabra única, una particular combinación de sonidos especialmente dispuesta para adherirse a una sola persona y a nadie más. Es el nombre del padre, el sobrenombre íntimo, familiar, con que los amores han protegido al padre cuando era un niño y al que él decidió ser fiel mientras crecía, mientras se volvía un hombre, un anciano, un abuelo. Chintungo cabalga el tiempo y este libro toma sus nueve letras y se detiene a mirar hacia atrás y buscar el rastro de ese nombre, hilar su genealogía. Con ternura, con paciencia, incluso con amorosos silencios, Soledad Marambio escarba entre viejas diapositivas y películas de super 8 para contemplar cómo el tiempo ha pasado sobre las cosas, los seres queridos y los cuerpos. Gracias a su mirada luminosa, los sentidos cambian, lo que antes no se entendía se ve completo, la cicatriz que en algún momento fue sólo cicatriz, se vuelve rasgo distintivo, surco resplandeciente entre los demás surcos de la risa. Y entonces Chintungo, la clave íntima, pasa a ser universal: una forma de sabiduría, la celebración de una palabra amada que, enseguida, empezamos a atesorar entre las nuestras. Federico Falco
Chintungo, por Soldad Marambio
Chintungo es una palabra única, una particular combinación de sonidos especialmente dispuesta para adherirse a una sola persona y a nadie más. Es el nombre del padre, el sobrenombre íntimo, familiar, con que los amores han protegido al padre cuando era un niño y al que él decidió ser fiel mientras crecía, mientras se volvía un hombre, un anciano, un abuelo. Chintungo cabalga el tiempo y este libro toma sus nueve letras y se detiene a mirar hacia atrás y buscar el rastro de ese nombre, hilar su genealogía. Con ternura, con paciencia, incluso con amorosos silencios, Soledad Marambio escarba entre viejas diapositivas y películas de super 8 para contemplar cómo el tiempo ha pasado sobre las cosas, los seres queridos y los cuerpos. Gracias a su mirada luminosa, los sentidos cambian, lo que antes no se entendía se ve completo, la cicatriz que en algún momento fue sólo cicatriz, se vuelve rasgo distintivo, surco resplandeciente entre los demás surcos de la risa. Y entonces Chintungo, la clave íntima, pasa a ser universal: una forma de sabiduría, la celebración de una palabra amada que, enseguida, empezamos a atesorar entre las nuestras. Federico Falco
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