El laberíntico monólogo de un hombre que, enfrentado a una sociedad que le pide que sea alguien, le devuelve lo peor de que es capaz.
Degenerado es la historia de un proceso judicial. Empieza una noche gélida cuando un hombre se dispone a hacerse un té y leer después de una larga jornada. Pronto lo distraen las luces de gendarmería: fuera de su casa los vecinos se agolpan, y, a medida que corre el rumor de que el hombre es un pedófilo, se arma una batalla campal. A los animales del corral, por su parte, no les interesa saber si el vecino es o no es un pedófilo: quieren comer, abrir la boca y que el dueño les eche algo. Mientras, algunos vecinos ya piden la cabeza del hombre: como en las plazas públicas, sacan fotos al condenado, y los chicos son alzados sobre los hombros. La madre del acusado está ausente, está presente, es testigo: ese es siempre el drama del amor materno. El acusado acepta pelear hasta el final contra todo y contra todos, porque ¿quién está seguro de haber cometido un error? ¿Quién se puede autoinculpar? En la noche estrellada, ¿dónde empieza el criminal y dónde el hombre honesto?
Degenerado podría ser el cuento de un borracho o de un hombre que recuerda la guerra, pero sucede en tiempos de paz, en plena democracia capitalista. Degenerado, es, pues, un laberíntico y sórdido monólogo pronunciado con un hilo de voz: el hilo de voz entrecortada de un hombre que, enfrentado a una sociedad que le pide que sea alguien, que exista, le devuelve lo peor de que es capaz.
OPINIONES DE LA CRÍTICA
«Ariana Harwicz no afloja el alambre en ningún momento… Todo es intensidad, un continuo de imágenes poderosas, desgarros verbales… Y poesía, mucha poesía. Una escritura radicalmente literaria, con resultados mucho más que prometedores» (Isaac Rosa).
«La escritura de Ariana Harwicz suspende toda posible lectura en clave moralista, pero sin caer por eso en cinismos fáciles. Sus novelas encuentran el tono de una verdad que el lector tiene que ir aceptando» (Martín Kohan).
«Harwicz nos muestra que la extrañeza del lenguaje es una opción política» (Marta Sanz).
Degenerado, por Ariana Harwicz
El laberíntico monólogo de un hombre que, enfrentado a una sociedad que le pide que sea alguien, le devuelve lo peor de que es capaz.
Degenerado es la historia de un proceso judicial. Empieza una noche gélida cuando un hombre se dispone a hacerse un té y leer después de una larga jornada. Pronto lo distraen las luces de gendarmería: fuera de su casa los vecinos se agolpan, y, a medida que corre el rumor de que el hombre es un pedófilo, se arma una batalla campal. A los animales del corral, por su parte, no les interesa saber si el vecino es o no es un pedófilo: quieren comer, abrir la boca y que el dueño les eche algo. Mientras, algunos vecinos ya piden la cabeza del hombre: como en las plazas públicas, sacan fotos al condenado, y los chicos son alzados sobre los hombros. La madre del acusado está ausente, está presente, es testigo: ese es siempre el drama del amor materno. El acusado acepta pelear hasta el final contra todo y contra todos, porque ¿quién está seguro de haber cometido un error? ¿Quién se puede autoinculpar? En la noche estrellada, ¿dónde empieza el criminal y dónde el hombre honesto?
Degenerado podría ser el cuento de un borracho o de un hombre que recuerda la guerra, pero sucede en tiempos de paz, en plena democracia capitalista. Degenerado, es, pues, un laberíntico y sórdido monólogo pronunciado con un hilo de voz: el hilo de voz entrecortada de un hombre que, enfrentado a una sociedad que le pide que sea alguien, que exista, le devuelve lo peor de que es capaz.
OPINIONES DE LA CRÍTICA
«Ariana Harwicz no afloja el alambre en ningún momento… Todo es intensidad, un continuo de imágenes poderosas, desgarros verbales… Y poesía, mucha poesía. Una escritura radicalmente literaria, con resultados mucho más que prometedores» (Isaac Rosa).
«La escritura de Ariana Harwicz suspende toda posible lectura en clave moralista, pero sin caer por eso en cinismos fáciles. Sus novelas encuentran el tono de una verdad que el lector tiene que ir aceptando» (Martín Kohan).
«Harwicz nos muestra que la extrañeza del lenguaje es una opción política» (Marta Sanz).
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