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Eisejuaz es una novela tan heterodoxa y fascinante como Zama y tiene algunos puntos en común con ella: las dos son obras que, silenciosamente, iluminan un camino inexplorado en la literatura argentina y, por lo tanto, crean nuevos lectores. Son novelas hermanas. En cuanto a la construcción del texto también se pueden hacer analogías en esa gramaticalidad alterada, en las frases cortas, los diálogos lacónicos, los discursos interrumpidos, los párrafos exiguos. Sin embargo, donde Di Benedetto trabaja profundamente en la colocación de adjetivos, Sara Gallardo propone un lenguaje aún más depurado y, por consiguiente, extraño: “Y nada no pasó. Ni paró la lluvia. Puse a cocinar el pescado, y nada”. Como muchas de las obras modernas, Eisejuaz parece estar narrando aquellas cosas que no deberían ser contadas, el resabio de las acciones.

Martín Zariello

En Eisejuaz, un alucinado monólogo de un mataco psicótico en busca de su propia santidad, la herramienta de Sara Gallardo había sido la invención de una lengua nueva que imita el habla del indio salteño en su economía de vocabulario, su uso del silencio, y sobre todo, en la capacidad de creación y violencia que trasuntan los aparentes “errores” en el “habla castiza” –no tanto al modo de Juan Rulfo, con el que se la ha comparado muchas veces por la excelencia de su prosa, como de Mario de Andrade en Macunaíma–. Como éste, y a diferencia de los indigenistas, Sara Gallardo no pretende “reflejar al salvaje”: aprende del “otro” para traspasar los límites de su propia imaginación, para dejar que hable lo salvaje que lleva aún dentro de sí.

Leopoldo Brizuela

eisejuaz, por sara gallardo

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Eisejuaz es una novela tan heterodoxa y fascinante como Zama y tiene algunos puntos en común con ella: las dos son obras que, silenciosamente, iluminan un camino inexplorado en la literatura argentina y, por lo tanto, crean nuevos lectores. Son novelas hermanas. En cuanto a la construcción del texto también se pueden hacer analogías en esa gramaticalidad alterada, en las frases cortas, los diálogos lacónicos, los discursos interrumpidos, los párrafos exiguos. Sin embargo, donde Di Benedetto trabaja profundamente en la colocación de adjetivos, Sara Gallardo propone un lenguaje aún más depurado y, por consiguiente, extraño: “Y nada no pasó. Ni paró la lluvia. Puse a cocinar el pescado, y nada”. Como muchas de las obras modernas, Eisejuaz parece estar narrando aquellas cosas que no deberían ser contadas, el resabio de las acciones.

Martín Zariello

En Eisejuaz, un alucinado monólogo de un mataco psicótico en busca de su propia santidad, la herramienta de Sara Gallardo había sido la invención de una lengua nueva que imita el habla del indio salteño en su economía de vocabulario, su uso del silencio, y sobre todo, en la capacidad de creación y violencia que trasuntan los aparentes “errores” en el “habla castiza” –no tanto al modo de Juan Rulfo, con el que se la ha comparado muchas veces por la excelencia de su prosa, como de Mario de Andrade en Macunaíma–. Como éste, y a diferencia de los indigenistas, Sara Gallardo no pretende “reflejar al salvaje”: aprende del “otro” para traspasar los límites de su propia imaginación, para dejar que hable lo salvaje que lleva aún dentro de sí.

Leopoldo Brizuela