Walter Benjamin persiguió como pocos, o acaso como nadie, ese punto insondable donde las palabras y la experiencia pueden llegar a tocarse. Lo buscó con la persistencia de lo que impulsa el deseo, pero también con la zozobra de lo que se sospecha que puede ser en verdad inalcanzable. Que las palabras y la experiencia puedan llegar a tocarse, vale decir que la experiencia pueda, por fin, de alguna manera, ser dicha: Benjamin presintió esa promesa a veces en cierta zona más o menos mística de la cabalística judía, otras veces en el discurrir sin control consciente de la escritura surrealista, otras veces en la inmediatez palpable de la narración oral, otras veces en la excepcional plasmación literaria de un poeta como Baudelaire.
Y si luego le resulta posible atribuir alguna positividad a los efectos del hachís, no será sino en la escritura (en el trazo material de su escritura) donde cree detectarlos: “¿Acaso una orientación ascendente en la escritura en este último tiempo (a pesar de la frecuente depresión), como nunca antes había visto en mí, se relaciona con el hachís?”.
Todo está bien, entonces, todo parece estar bien otra vez: Walter Benjamin se ha puesto a escribir.
Martín Kohan
Walter Benjamin
Walter Benjamin nació en Berlín en 1892. Hijo de una familia acomodada, realizó sus estudios en Berlín, Friburgo, Munich y Berna. Fue en esta última ciudad donde realizó su tesis de grado —un análisis de la crítica de arte según el concepto del Romanticismo Alemán— que cobraría una gran importancia en los estudios del arte. Volvió a Berlín en 1920, donde trabajó como crítico literario y traductor. En 1928, la Universidad de Frankfurt rechazó su tesis doctoral, un estudio del drama barroco alemán titulado “El origen de la tragedia alemana”. Ya desde su época universitaria, Benjamin se vio influido por las teorías marxistas y, si bien no formó parte completamente de la Escuela de Frankfurt, sus aportes se consideran en estrecha relación con los famosos pensadores del movimiento. A lo largo de la década del 20, Benjamin construyó fuertes lazos de amistad con el dramaturgo y poeta Bertolt Brecht, quien, con sus postulaciones sobre el llamado “teatro dialéctico”, contribuyó al pensamiento del filósofo. Es por ello que Benjamin, al presentar ante el Instituto de Estudios Culturales de París un discurso llamado “El autor como productor”, desarrolló una teoría en las que las obras de Brecht eran el modelo del arte transformador al que Benjamín aspiraba. El teatro épico se constituía así como una instancia en la cual los individuos podían despertarse del estado de somnolencia al que habían caído como respuesta a la hipersensibilidad a los estímulos citadinos. Las obras de Brecht convertían al público en productor en una instancia pedagógica que serviría también para la transformación de la vida en la ciudad moderna. En 1933, como consecuencia de la llegada de los nazis al poder, Benjamin debió exiliarse a Francia, donde comenzó a escribir una obra monumental sobre Charles Baudelaire, que no llegó a terminar y que fue publicada en 1973. Fue tan solo unos años más tarde que el autor escribió una de sus obras más reconocidas: La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, en donde estudió la pérdida del aura del arte en el contexto de la llamada “pérdida de la experiencia”. Esta realidad en crisis podía aportar, sin embargo, una nueva posibilidad política para el arte, separándolo del lugar correspondiente a lo “culto”. Con el crecimiento de la capacidad de exhibición, aumentaba también la potencia para una praxis política que alcanzara realmente a toda la sociedad. De esta forma entendía Benjamin a determinadas manifestaciones del cine y la fotografía, distinguiéndose con ello de las teorías sobre las industrias culturales de otros autores de la Escuela de Frankfurt, tales como Adorno y Horkheimer. Lo propuesto en esta obra determinó el destino de la historia y la crítica del arte, explicando una realidad de la que ya no se volvería atrás, si bien Benjamin no pudo presenciar las consecuencias de ese nuevo arte en formación. Su obra se vio terminada prematuramente ya que, con la ocupación de Francia por los nazis en 1940, Benjamin intentó dirigirse a Estados Unidos atravesando España, pero al ser detenido en la frontera franco-española, se suicidó.
Hachís, por Walter Benjamin
Walter Benjamin persiguió como pocos, o acaso como nadie, ese punto insondable donde las palabras y la experiencia pueden llegar a tocarse. Lo buscó con la persistencia de lo que impulsa el deseo, pero también con la zozobra de lo que se sospecha que puede ser en verdad inalcanzable. Que las palabras y la experiencia puedan llegar a tocarse, vale decir que la experiencia pueda, por fin, de alguna manera, ser dicha: Benjamin presintió esa promesa a veces en cierta zona más o menos mística de la cabalística judía, otras veces en el discurrir sin control consciente de la escritura surrealista, otras veces en la inmediatez palpable de la narración oral, otras veces en la excepcional plasmación literaria de un poeta como Baudelaire.
Y si luego le resulta posible atribuir alguna positividad a los efectos del hachís, no será sino en la escritura (en el trazo material de su escritura) donde cree detectarlos: “¿Acaso una orientación ascendente en la escritura en este último tiempo (a pesar de la frecuente depresión), como nunca antes había visto en mí, se relaciona con el hachís?”.
Todo está bien, entonces, todo parece estar bien otra vez: Walter Benjamin se ha puesto a escribir.
Martín Kohan
Walter Benjamin
Walter Benjamin nació en Berlín en 1892. Hijo de una familia acomodada, realizó sus estudios en Berlín, Friburgo, Munich y Berna. Fue en esta última ciudad donde realizó su tesis de grado —un análisis de la crítica de arte según el concepto del Romanticismo Alemán— que cobraría una gran importancia en los estudios del arte. Volvió a Berlín en 1920, donde trabajó como crítico literario y traductor. En 1928, la Universidad de Frankfurt rechazó su tesis doctoral, un estudio del drama barroco alemán titulado “El origen de la tragedia alemana”. Ya desde su época universitaria, Benjamin se vio influido por las teorías marxistas y, si bien no formó parte completamente de la Escuela de Frankfurt, sus aportes se consideran en estrecha relación con los famosos pensadores del movimiento. A lo largo de la década del 20, Benjamin construyó fuertes lazos de amistad con el dramaturgo y poeta Bertolt Brecht, quien, con sus postulaciones sobre el llamado “teatro dialéctico”, contribuyó al pensamiento del filósofo. Es por ello que Benjamin, al presentar ante el Instituto de Estudios Culturales de París un discurso llamado “El autor como productor”, desarrolló una teoría en las que las obras de Brecht eran el modelo del arte transformador al que Benjamín aspiraba. El teatro épico se constituía así como una instancia en la cual los individuos podían despertarse del estado de somnolencia al que habían caído como respuesta a la hipersensibilidad a los estímulos citadinos. Las obras de Brecht convertían al público en productor en una instancia pedagógica que serviría también para la transformación de la vida en la ciudad moderna. En 1933, como consecuencia de la llegada de los nazis al poder, Benjamin debió exiliarse a Francia, donde comenzó a escribir una obra monumental sobre Charles Baudelaire, que no llegó a terminar y que fue publicada en 1973. Fue tan solo unos años más tarde que el autor escribió una de sus obras más reconocidas: La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, en donde estudió la pérdida del aura del arte en el contexto de la llamada “pérdida de la experiencia”. Esta realidad en crisis podía aportar, sin embargo, una nueva posibilidad política para el arte, separándolo del lugar correspondiente a lo “culto”. Con el crecimiento de la capacidad de exhibición, aumentaba también la potencia para una praxis política que alcanzara realmente a toda la sociedad. De esta forma entendía Benjamin a determinadas manifestaciones del cine y la fotografía, distinguiéndose con ello de las teorías sobre las industrias culturales de otros autores de la Escuela de Frankfurt, tales como Adorno y Horkheimer. Lo propuesto en esta obra determinó el destino de la historia y la crítica del arte, explicando una realidad de la que ya no se volvería atrás, si bien Benjamin no pudo presenciar las consecuencias de ese nuevo arte en formación. Su obra se vio terminada prematuramente ya que, con la ocupación de Francia por los nazis en 1940, Benjamin intentó dirigirse a Estados Unidos atravesando España, pero al ser detenido en la frontera franco-española, se suicidó.
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