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Promediaban los noventa y de pronto resonó en la sala “Camino Negro”. Súbitamente, fui toda atención. Ese poema detuvo el instante con su invocación a las flores del palo borracho y a un padre capaz de trepar el techo de su auto para alcanzar los dones que entregará a su hija.  Hizo presente ahí mismo la escena casi como si una recibiera esas flores, ese amor. Sé el impacto que tuvo en mí aquella lectura de Alicia Genovese, la manera en que abrió un mundo.  Lo digo y aparecen los versos de otro poema durante esa noche: eso que toqué y se encanta / en mi ojo táctil / ¿era tu corazón? Ahora que no tengo veinte años y se ha forjado una amistad profunda con la poética de Genovese, sé dónde reside la maravilla de ese contacto que aún recuerdo.  Y para mí tiene mucho que ver con la potencia propia de la poesía que más amo: la de acercarse a cada mirada como si sólo se aproximara a esa mirada. Un hablarle a cada lectora, a cada lector, desde una cercanía única. Esa intimidad, y el riesgo de esa intimidad, cruzan La línea del desierto y nos permiten encontrar la gracia en el afuera conviviendo con una lucidez que no niega el dolor. A través de los libros, y a través del tiempo aquí reunido, en medio del desierto Alicia Genovese nos entrega con manos abiertas estos chispazos que iluminan y hacen de cada poema algo más que lo excede. Bienvenidos sean estos puentes, sus orillas, capaces de llevarnos a afinar la escucha, a mirar el mundo como a un sueño doloroso para que lo visible aquí expanda una callada euforia. Celebremos el transcurso a través de estos poemas donde resuena ese anhelo benjaminiano, esa experiencia de lo inasible: su aura es un círculo que se deshace, como todo lo cercano que permanece lejos. El oficio de esta poética abreva allí para traernos de esas búsquedas y sus ansias una línea del desierto sabiamente aquí desplegada. Corazón / cabalga en mi miedo / hasta desbocarlo, versos a repetir como un mantra cada vez que reconozco el desierto. Entonces, ahora que no tengo veinte años, puedo animarme a decir que esa lectura tocó mi corazón. Y eso aprendí a buscar cuando leo poesía. También a buscar urgente cuando escribo.  Bienvenido sea cada tránsito por La línea del desierto, bienvenida la experiencia contundente de una poética que se atreve a hacer presente la emoción.

Andi Nachon

La línea del desierto, por Alicia Genovese

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Promediaban los noventa y de pronto resonó en la sala “Camino Negro”. Súbitamente, fui toda atención. Ese poema detuvo el instante con su invocación a las flores del palo borracho y a un padre capaz de trepar el techo de su auto para alcanzar los dones que entregará a su hija.  Hizo presente ahí mismo la escena casi como si una recibiera esas flores, ese amor. Sé el impacto que tuvo en mí aquella lectura de Alicia Genovese, la manera en que abrió un mundo.  Lo digo y aparecen los versos de otro poema durante esa noche: eso que toqué y se encanta / en mi ojo táctil / ¿era tu corazón? Ahora que no tengo veinte años y se ha forjado una amistad profunda con la poética de Genovese, sé dónde reside la maravilla de ese contacto que aún recuerdo.  Y para mí tiene mucho que ver con la potencia propia de la poesía que más amo: la de acercarse a cada mirada como si sólo se aproximara a esa mirada. Un hablarle a cada lectora, a cada lector, desde una cercanía única. Esa intimidad, y el riesgo de esa intimidad, cruzan La línea del desierto y nos permiten encontrar la gracia en el afuera conviviendo con una lucidez que no niega el dolor. A través de los libros, y a través del tiempo aquí reunido, en medio del desierto Alicia Genovese nos entrega con manos abiertas estos chispazos que iluminan y hacen de cada poema algo más que lo excede. Bienvenidos sean estos puentes, sus orillas, capaces de llevarnos a afinar la escucha, a mirar el mundo como a un sueño doloroso para que lo visible aquí expanda una callada euforia. Celebremos el transcurso a través de estos poemas donde resuena ese anhelo benjaminiano, esa experiencia de lo inasible: su aura es un círculo que se deshace, como todo lo cercano que permanece lejos. El oficio de esta poética abreva allí para traernos de esas búsquedas y sus ansias una línea del desierto sabiamente aquí desplegada. Corazón / cabalga en mi miedo / hasta desbocarlo, versos a repetir como un mantra cada vez que reconozco el desierto. Entonces, ahora que no tengo veinte años, puedo animarme a decir que esa lectura tocó mi corazón. Y eso aprendí a buscar cuando leo poesía. También a buscar urgente cuando escribo.  Bienvenido sea cada tránsito por La línea del desierto, bienvenida la experiencia contundente de una poética que se atreve a hacer presente la emoción.

Andi Nachon