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La obra cuentística de H. A. Murena es escueta: publicó El centro del Infierno en 1956, y El coronel de caballería, que incluye al anterior, en 1971. Sin embargo, contra lo que sería esperable, fue el propio autor quien se ocupó de reducir aún más la materia sintética de sus ficciones breves. Y fue él también quien tomó una decisión relativamente extraña, pues en la segunda reunión de relatos dejó afuera una serie de creaciones publicadas con anterioridad en diarios y revistas. Las razones que llevaron a Murena a pasarlas al olvido quedarán en el misterio.

La posición reúne los cuentos de Murena, en los que despliega una gran diversidad de géneros: desde aguafuertes y reflexiones mundanas, hasta textos filosóficos y relatos que en apariencia, solo en apariencia, se presentan clásicos. Por momentos, Murena adquiere un tono confesional, y desde allí salta a una reflexión general, pero de inmediato conecta todo a algo banal, aplica el razonamiento a algo bajo, rastrero incluso, y súbitamente vuelve a emprender vuelo, o a hundirse en lo subterráneo del alma, en la ignominia. Una simple caminata nocturna despierta pensamientos; un anciano sentado en un banco de plaza provoca identificaciones y preguntas. Todo se conecta y entrecruza, todo se expone y retroalimenta cuando lo que se pretende es sistematizar una intuición, empuñar la pluma para decir lo que se lleva en el corazón.

Guillermo Piro

La posición, por Héctor A. Murena

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La obra cuentística de H. A. Murena es escueta: publicó El centro del Infierno en 1956, y El coronel de caballería, que incluye al anterior, en 1971. Sin embargo, contra lo que sería esperable, fue el propio autor quien se ocupó de reducir aún más la materia sintética de sus ficciones breves. Y fue él también quien tomó una decisión relativamente extraña, pues en la segunda reunión de relatos dejó afuera una serie de creaciones publicadas con anterioridad en diarios y revistas. Las razones que llevaron a Murena a pasarlas al olvido quedarán en el misterio.

La posición reúne los cuentos de Murena, en los que despliega una gran diversidad de géneros: desde aguafuertes y reflexiones mundanas, hasta textos filosóficos y relatos que en apariencia, solo en apariencia, se presentan clásicos. Por momentos, Murena adquiere un tono confesional, y desde allí salta a una reflexión general, pero de inmediato conecta todo a algo banal, aplica el razonamiento a algo bajo, rastrero incluso, y súbitamente vuelve a emprender vuelo, o a hundirse en lo subterráneo del alma, en la ignominia. Una simple caminata nocturna despierta pensamientos; un anciano sentado en un banco de plaza provoca identificaciones y preguntas. Todo se conecta y entrecruza, todo se expone y retroalimenta cuando lo que se pretende es sistematizar una intuición, empuñar la pluma para decir lo que se lleva en el corazón.

Guillermo Piro